Entrevista a Paula Cervera (b.1999), vive y trabaja en Madrid, España.
“No busco reproducir mitologías o historias tradicionales, sino crear las mías, como una especie de relato emocional que se transforma en algo simbólico, como si fuera parte de un folclore inventado.” La voz de la artista visual Paula Cervera es suave y reflexiva, como si buscara con cuidado las palabras justas antes de decirlas. Sonríe cuando escoge alguna que no encaja del todo, sin querer parecer “demasiado confusa” al hablar sobre su interés por lo artesanal, por los juegos de luces y sombras, o los objetos domésticos como punto de partida de su trabajo.
Mientras hablamos en su taller en Espacio Oculto, su penetrante mirada sobresale entre tapetes de encaje, trípticos de madera y gigantescas piezas textiles coloreadas con soles, lunes y frágiles presencias. Tras formarse en la Escuela Massana de Barcelona, Paula se mudó a Marsella, donde trabajó durante varios años entre espacios autogestionados y mucha libertad creativa. Ahora vive en Madrid, y hace poco expuso nuevas obras en el taller Aguaespejo: delicados textiles azul Klein estampados en cianotipia, una técnica fotográfica que le ha interesado más y más recientemente. Sus piezas toman formas varias, desde la pintura a la instalación escultórica, siempre con un deje gótico y aire como de anticuario antiguo. En su práctica, la artista explora el imaginario visual de lo cotidiano en busca de memoria, de recuerdos, de expresión emocional. Sus piezas remiten a un pasado tan difuso como compartido, donde símbolos reconocibles —cuerpos, rostros, reflejos, jarrones — y técnicas artesanales como la cerámica o el bordado se funden para trazar un retrato introspectivo de propio anhelo.
La suya es una sacralización casi teatral del deseo femenino, donde se mezcla lo íntimo, lo intuitivo y lo matérico. El resto se lo dejo a ella, que se sabe expresar muy bien:
“No busco reproducir mitologías o historias tradicionales, sino crear las mías, como una especie de relato emocional que se transforma en algo simbólico, como si fuera parte de un folclore inventado.” La voz de la artista visual Paula Cervera es suave y reflexiva, como si buscara con cuidado las palabras justas antes de decirlas. Sonríe cuando escoge alguna que no encaja del todo, sin querer parecer “demasiado confusa” al hablar sobre su interés por lo artesanal, por los juegos de luces y sombras, o los objetos domésticos como punto de partida de su trabajo.
Mientras hablamos en su taller en Espacio Oculto, su penetrante mirada sobresale entre tapetes de encaje, trípticos de madera y gigantescas piezas textiles coloreadas con soles, lunes y frágiles presencias. Tras formarse en la Escuela Massana de Barcelona, Paula se mudó a Marsella, donde trabajó durante varios años entre espacios autogestionados y mucha libertad creativa. Ahora vive en Madrid, y hace poco expuso nuevas obras en el taller Aguaespejo: delicados textiles azul Klein estampados en cianotipia, una técnica fotográfica que le ha interesado más y más recientemente. Sus piezas toman formas varias, desde la pintura a la instalación escultórica, siempre con un deje gótico y aire como de anticuario antiguo. En su práctica, la artista explora el imaginario visual de lo cotidiano en busca de memoria, de recuerdos, de expresión emocional. Sus piezas remiten a un pasado tan difuso como compartido, donde símbolos reconocibles —cuerpos, rostros, reflejos, jarrones — y técnicas artesanales como la cerámica o el bordado se funden para trazar un retrato introspectivo de propio anhelo.
La suya es una sacralización casi teatral del deseo femenino, donde se mezcla lo íntimo, lo intuitivo y lo matérico. El resto se lo dejo a ella, que se sabe expresar muy bien:
¡Hola, Paula! Me interesa mucho la parte material de tu trabajo, ya que utilizas un montón de técnicas diferentes. ¿Cómo escoges y qué te atrae de cada una?
Creo que lo que me atrae de trabajar con distintos materiales y técnicas viene del hecho de haber estudiado en La Massana. Allí tocamos muchas áreas, y eso me llevó a experimentar y probar distintos caminos. Me interesa mucho el proceso de llevar técnicas artesanales, que suelen estar destinadas a un tipo de objeto o función concreta, hacia un terreno más artístico.
Poco a poco he ido descubriendo nuevos materiales, y he empezado a combinarlos entre sí. No tengo una preferida en concreto: depende mucho del proceso en el que esté, de lo que me interese en ese momento, tanto a nivel visual como estético. Por ejemplo, si quiero conseguir un acabado más vaporoso o algo con una cualidad más “fantasmagórica”, empiezo a pensar cómo podría lograrlo, qué material puede ayudarme a expresar eso. O si me interesa una textura en particular —como la que genera la cianotipia— pero quiero aplicarla a mis dibujos, entonces investigo cómo combinar ambos elementos, cómo integrarlos.
Es un proceso que parte también de lo que quiero expresar con la obra. Me voy dejando llevar por lo que me interesa, y eso me va llevando a distintas materias. Tener un abanico tan amplio de posibilidades es muy enriquecedor, porque te permite probar muchas cosas, tienes muchas opciones. Pero a la vez también puede ser abrumador: te apetece hacerlo todo, pero tienes que elegir, y a veces no sabes cuál es mejor, cuál encaja más. Aun así, creo que el proceso de decidir —de elegir qué sí, qué no, qué ahora y qué más adelante— es interesante. Hay algo ahí de casar la libertad con la emocionalidad, con lo que sientes en el momento. Y eso me gusta mucho.
Ni siquiera de una idea, realmente. Una idea ya es algo muy concreto. Aunque depende. A veces sí que tengo algo en mente, pero suele ser algo más abstracto o visual: una textura, un trazo, una sensación estética a la que quiero llegar. Entonces empiezo a trabajar desde ahí, desde ese impulso más visual o sensorial, y poco a poco voy desarrollando la obra. El sentido o el concepto muchas veces viene después, como que se construye durante el proceso.
También me he dado cuenta de que eso ha sido siempre así en mí. Desde pequeña he tenido el impulso de crear, de pintar, de hacer cosas, sin necesidad de un concepto claro o una idea definida. No había una intención concreta, simplemente el placer de hacer. Y eso lo he mantenido a lo largo del tiempo. El proceso sigue siendo muy intuitivo. Empiezo creando texturas, probando cosas que me interesan, y luego, con el tiempo, veo que se empieza a formar una historia, un significado, una reflexión. Es como que primero aparece la materia y luego el pensamiento.

Algo que me llama mucho la atención de tu obra es que todas tus piezas tienen un aire como de otra época, aunque no se puede identificar bien de cuál. ¿Es algo que buscas conscientemente?
Sí, totalmente. En mi obra siempre hay como una especie de nostalgia, de melancolía. Es como si contaran algo del pasado, como si hubieran atravesado el tiempo. Muchas veces parece que las piezas ya han vivido, que ha pasado algo sobre ellas. Y eso me interesa mucho.
También suelo utilizar símbolos, íconos que repito en mis dibujos o pinturas, y que tienen ese carácter más tradicional, como si pertenecieran a otra época o a un imaginario colectivo antiguo. Creo que eso viene mucho de las referencias visuales que me atraen, de ese tipo de estética. Me gusta que mis obras tengan algo de leyenda, de historia contada desde lo popular, desde lo cotidiano, desde la tradición. Es algo que está muy relacionado con quién soy yo también, con lo que me rodea en el día a día.
Así que sí, de forma inconsciente, ese aire de antigüedad, de otra época, siempre está presente. Me gusta que remitan a algo que no se puede ubicar del todo, pero que sugiere una historia, una memoria, algo que ya ha pasado.
¿Dirías que tienes ubicado eso que parece que echas de menos, o que estás buscando con el recuerdo? ¿O es una sensación más genérica que te interesa?
Es muy genérica. Yo creo que lo uno mucho con la idea de la idealización. Porque al final, los recuerdos siempre los acabas transformando en algo mejor de lo que fue. Siempre vas a anhelar el anhelo, ¿sabes? Lo de antes siempre parece mejor. Tu cabeza borra lo malo y se queda con lo bonito, y eso ya lo convierte en algo idealizado.
Me interesa mucho jugar con esa tensión, con esa mezcla: por un lado, el recuerdo como algo bonito y elevado, y por otro, darle un punto más dramático, más fantasmagórico. Me gusta darle esa vuelta, que no se quede solo en el recuerdo nostálgico y dulce, sino llevarlo a algo más oscuro, más ridículo incluso.
Por ejemplo, cuando piensas en alguien que conociste, que no volviste a ver, y te montas toda una película en tu cabeza. Te inventas una historia entera desde un mínimo recuerdo, y esa historia a veces es preciosa, aunque sea completamente inventada. Me interesa mucho ese lugar del imaginario, de cómo nos construimos nuestros propios ideales, y también cómo eso puede deformarse, exagerarse... Hasta volverse casi grotesco.
Como eso de que algo puede ser tan, tan, tan bonito que se da la vuelta. Y me gusta jugar con eso, con el dramatizarlo, el ridiculizarlo, y volverlo casi un fantasma.
Y por concretar, ¿Qué tipo de símbolos te atraen o qué tipo de leyendas o historias sueles trabajar?
No se trata tanto de leyendas concretas o historias ya existentes, sino más bien de cómo construyo yo mis propias leyendas. Hablo mucho sobre historias de amor, sobre la nostalgia, el amor, el echar de menos a alguien... Todo desde un lugar muy emocional. Son relatos que a veces me invento o que nacen de una emoción personal que quiero expresar. A partir de ahí, le doy ese tono de leyenda, lo materializo y lo expreso con mi lenguaje propio, con mi estilo.
No busco reproducir mitologías o historias tradicionales, sino crear las mías, como una especie de relato emocional que se transforma en algo simbólico, como si fuera parte de un folclore inventado. Son historias íntimas, pero tratadas desde un lugar que las hace parecer antiguas o colectivas, como si ya hubieran sido contadas antes.

En concreto, hay un material que me llama mucho la atención en tu obra, que es el espejo. Tiene una carga simbólica muy fuerte, ¿No? ¿Qué representa para ti?
Sí, totalmente. El espejo es un material que utilizo desde hace mucho tiempo, desde que estudiaba en La Massana. Siempre me atrajo mucho. De hecho, mi trabajo final fue una instalación bastante conceptual: una estructura de madera enorme donde el interior estaba completamente cubierto con fragmentos de espejo. El espectador entraba dentro y podía verse reflejado desde distintas posiciones, en diferentes pedazos. Era algo muy íntimo, muy personal, una experiencia de introspección.
Desde entonces, el espejo ha quedado con ese significado para mí: el reflejo, el mirarse a uno mismo, la idea del autorretrato. Pero también el espejo como una invitación al espectador a entrar en la obra, a reflejarse —literal y simbólicamente— en ella.
Además del espejo, también me atraen mucho otros elementos relacionados con la luz: las transparencias, los reflejos, las sombras... Hubo una época en la que incluso dibujaba la luz literalmente, con rayas. Ahora ya no lo hago así, pero sí que sigo dibujando muchas sombras. Todo este universo —reflejos, luces, sombras— me lleva mucho a la introspección, a explorar el yo, la identidad, la emoción. A veces es más intuitivo que racional, pero siempre está ahí.
Y luego, estéticamente, también me gusta mucho. Siento que todo esto —el espejo, la luz, las texturas— me ayuda a construir una estética coherente, a darle una imagen concreta a mi imaginario. Me ayuda a materializar lo que siento, a traducirlo en formas y materiales. Es una manera de dar cuerpo a todo lo que llevo dentro.

De hecho, algo que también me rondaba la cabeza es que tus piezas transmiten una sensación como de diario, algo muy íntimo. No sé si va por ahí la cosa…
Sí, totalmente. Hay mucha cotidianidad en lo que hago. Me atrae mucho esa idea: partir de lo cotidiano, de lo más simple o común, y desde ahí llevarlo a algo grande, a algo imaginado, casi mítico. Es como decir: soy una persona más, una más entre muchas, pero con mi imaginario puedo transformar esas cosas sencillas en algo bello, en algo que tenga un peso simbólico.
Eso tiene mucho que ver con la cultura popular también, como por ejemplo el flamenco, donde se habla del dolor, del sufrimiento, de emociones intensas que todo el mundo puede sentir, y se convierten en algo poderoso, en algo artístico. Me interesa mucho esa manera de elevar lo cotidiano, de hacerlo universal. Porque son cosas que todos compartimos, emociones que nos atraviesan a todos.
Y sí, muchas de mis referencias, de mis materiales, vienen de ahí: de lo diario. Reflejos, sombras, espejos, jarrones, flores, una copa de vino, un marco... Son objetos que están en cualquier casa, que ves todos los días, pero a los que les puedes dar un significado muy personal. Me gusta usar cosas que podrían estar en el espacio de cualquiera, pero que, al representarlas en una obra, les otorgo otro valor, otro peso emocional.
También me gusta esa idea de que todos tenemos objetos cargados de historia. Una copa que alguien usó en su primer viaje, una flor que alguien secó y guardó, un espejo heredado... Les damos sentido a las cosas, y al representarlas, estoy hablando también de eso: del significado íntimo que le damos a lo aparentemente común. Para mí, es una forma de hacer leyenda desde lo personal.
Muchas de tus obras incluyen personajes. Me interesaba saber si son personas reales, figuras simbólicas… ¿De dónde salen esas figuras?
Sí, aparecen bastantes personajes. En general, son figuras inventadas, aunque a veces sí que tienen alguna referencia a personas que han pasado por mi vida o que están presentes de alguna forma. Pero no son retratos directos, sino más bien una especie de representación emocional, como caricaturas de una emoción o de un sentimiento.
Cuando incluyo personajes, casi siempre tienen algo de mí. De alguna manera, me reflejo en ellos. A veces incluso llegan a ridiculizarse, exagerando las emociones o las situaciones que representan. Es como si llevara mis sentimientos al extremo, hasta ese punto en que lo dramático se vuelve casi irónico. Como si fueran tan intensos que se autorridiculizan. Me gusta jugar con eso, con ese límite entre la emoción sincera y su exageración.
Creo que tiene que ver también con mi manera de ser. Soy muy emocional, me gusta sentir las cosas a fondo, vivirlas con intensidad. Y esos personajes son una forma de personificar eso, de exagerarlo, de convertirlo en algo visual, casi teatral.
Curiosamente, los personajes habían desaparecido un tiempo de mi obra. Durante una época me centré más en objetos: jarrones, sombras, luces… Elementos cotidianos muy cargados simbólicamente. Pero hace poco volvieron, y ahora están más presentes que nunca. Siento que, al reintroducirlos, les doy un papel casi protagonista dentro de las escenas, como si les confiara la tarea de contar una historia o de habitar una emoción concreta.
A veces representan a otras personas, o a historias que he escuchado, pero siempre hay una parte muy autorreferencial. Es casi narcisista, la verdad [risas]. Pero creo que también es una forma de observarme, de explorarme a través de ellos.

También has hablado de un aspecto frágil, casi “femenino” de tu práctica. ¿Te suena esto?
Muchísimo. Yo creo que mi obra tiene mucha feminidad, y me siento muy identificada con eso. En mi caso, también es algo muy natural, muy mío. Sentir y expresar mi feminidad me empodera, y creo que eso se ve reflejado en mi obra. Me interesa esa fragilidad, no como debilidad, sino como algo simbólicamente poderoso.
Por ejemplo, hay materiales que me remiten a los sueños, a lo idealizado, a esas cosas que uno construye en su cabeza pero que pueden romperse fácilmente, porque no son reales. Me interesa mucho esa línea fina entre lo bonito y lo frágil, entre lo mágico y lo que se deshace. No sé si es exactamente una desmitificación, porque yo sí creo mucho en eso, en esa belleza idealizada, pero a la vez soy consciente de que no se puede vivir arriba todo el rato. Así que, sin querer, la propia obra a veces ya lo desmonta por sí sola.
Otra cosa que pensé cuando vi tus piezas —especialmente en formato más pequeño — fue que tenían algo de altar, de reliquia. ¿Te interesa esa estética, esa relación con lo sagrado?
Sí, totalmente. Tiene mucho que ver con eso que hablábamos antes de la idealización. Muchas veces mi imaginario se mueve en ese mundo como elevado, "arriba", donde las cosas son sagradas, son importantes. Me interesa esa estética de altar, de reliquia, porque conecta con ese lugar de lo simbólico, de lo emocional elevado, casi como mitificado.
Y en eso, claro, hay una conexión con la religión. No tanto desde la fe, sino desde lo visual, desde la iconografía. Me interesa la religión como lenguaje visual, como forma de comunicar ideas o emociones fuertes. Uso sus herramientas simbólicas para construir mi propio imaginario, mis propios altares. A veces incluso con un punto de ironía, reinterpretando esos códigos desde mi historia, desde mi experiencia personal.
Y sí, justo es algo que últimamente me preguntan mucho. Parece que hay algo ahí que la gente capta, aunque yo no lo planee directamente.

Antes comentabas que últimamente te interesa trabajar con instalaciones. ¿Tienes alguna idea en mente o algo ya definido para el futuro?
La verdad es que me encantaría hacer un montón de cosas todo el tiempo, tengo muchas ideas rondándome la cabeza. Para hacer una instalación, primero necesito contar con un espacio adecuado, pero sí, es algo que me ilusiona mucho.
Una de las ideas que más me entusiasma —aunque suene un poco loca o incluso imposible— es trabajar con grandes piezas de cerámica. En su momento empecé a desarrollar un proyecto en el que intentaba explorar cómo podría aplicar la técnica de la cianotipia sobre cerámica: imprimir dibujos, collages... Ese tipo de cosas. Y eso todavía me interesa muchísimo, es algo que quiero seguir explorando.
Me imagino un espacio donde esas grandes piezas cerámicas convivan con otros materiales, generando una instalación rica en texturas y formas. Aunque es verdad que te lo cuento de una forma muy abstracta, porque soy de las que necesita empezar a trabajar para poder visualizar realmente la obra. No puedo imaginarla del todo acabada antes de haberme metido en el proceso.
Entrevista por Whataboutvic. 26.05.2025








