JAULA QUE SE VUELVE PÁJARO

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Entrevista a Sara Reyes (2000), vive y trabaja en Valencia, España.

La artista Sara Reyes nos recibe entre pilas de objetos algo decrépitos (lámparas, conchas, rizadores de pelo, mariposas disecadas), en un estudio que más bien parece un puesto de antigüedades del rastro o un salón de abuela. Lo mejor es encontrar, entre los artefactos, una de sus obras más icónicas: una enorme bola de pelo humano, redonda, perfecta y completamente perturbadora, sentada entre las demás piezas con una extraña presencia de ser vivo. Sara la describe irónicamente como “su hija” y dice que es “de lo mejor que le ha ocurrido”. Esa bola en cierta manera resume su arte: su extraña fascinación por los objetos descontextualizados, por el humor negro y por los bucles infinitos de movimiento, además del deseo de crear, simple y sencillamente, algo que jamás antes haya existido.

¡Hola, Sara! Empecemos por el principio: la descontextualización de objetos es un tema central a tu trabajo. ¿Dónde empezó todo, y por qué te gusta llevar al espectador a ese espacio de lo absurdo?

Siempre me han llamado la atención los objetos y la posibilidad de descontextualizarlos. Sobre todo, me atrae el objeto descartado: mirarlo y que me sugiera otras cosas. Para mí es casi como ponerle un poco de purpurina encima y ver qué florece de ahí. De forma más concreta, diría que empezó en los primeros años de universidad. Recuerdo un ejercicio en el que teníamos que descontextualizar un objeto. Hice un bote de garbanzos recubierto de garbanzos, y el juego era: “no son garbanzos de bote, sino un bote de garbanzos”. Me hizo mucha gracia cómo podía crear un objeto absurdo, algo que no existía antes, solo porque me apetecía hacerlo, sin una razón concreta. Desde entonces, esa idea de los opuestos, de darle la vuelta a las cosas, de descontextualizar, se ha quedado en mi trabajo. Me gusta también introducir humor, y creo que el mío aparece a través de lo absurdo: crear algo que no sabes exactamente qué es, pero que de algún modo tiene sentido dentro de su propia lógica.

También relaciono mucho mi práctica con la vida cotidiana. Me doy cuenta de que muchas veces me surgen preguntas simplemente mirando elementos del entorno. Por ejemplo, hace poco estaba observando un girasol y me preguntaba: “¿Ser sol o girasol?”. En ese sentido, un objeto me puede sugerir una cuestión más existencial, como en este caso, la de mirar algo o ser mirado. Siempre estoy bailando entre dos opuestos, y el objeto es un punto de partida para eso, a nivel personal. Creo que, partiendo de este tipo de objetos, intento hacerlo también cercano, con la idea de que un espectador vea algo y, al igual que yo me he planteado esa pregunta, pueda sentirse identificado. No es algo necesariamente súper filosófico o existencial a simple vista, pero sí que podría dar pie a una reflexión profunda de una forma más ‘amigable’. 


Entonces, recurrir al humor absurdo, ¿es también una reacción frente a un mundo del arte que a veces se percibe como muy serio o solemne? ¿Buscas quitarle hierro?


Sí, totalmente. De hecho, por eso empecé trabajando con materiales orgánicos, como galletas, gominolas o chicles. Me interesaba esa forma de crear desde lo cotidiano, con lo que tenía cerca, sin pretensiones. Era una manera de quitarle peso a esa idea de que en el arte todo tiene que partir de un perfecto diseño conceptual y material. A veces parece que tienes que hablar desde lo “trascendental” para que tu obra tenga valor, y yo busco justo lo contrario: mostrar que se puede encontrar la poesía a través de algo muy banal.

Me interesa esa mezcla: que algo te dé risa y melancolía a la vez, que sea tierno y absurdo al mismo tiempo. Y creo que es más fácil lograrlo a partir de objetos comunes, cercanos, que todos reconocemos.

¿Para ti el proceso de crear también tiene que ver con el juego? No tanto con llegar a un fin concreto, sino con disfrutar el propio proceso, sin objetivos.


Sí, esa idea del juego se repite mucho en mi trabajo, aunque de formas distintas. Al principio estaba más ligada a la infancia, a inventar juegos absurdos o a recrear juegos imposibles. Por ejemplo, hice un castillo de arena formado por piezas, pensado para jugar dentro de un salón. Era una especie de descontextualización del juego infantil. Ahora el juego aparece más en otros niveles: por ejemplo en la mezcla de materiales, en juntar cosas que aparentemente no tienen nada que ver —materiales nobles con otros más “pobres”—, o dentro de la conceptualización de las obras, como una forma de experimentar con simbolismos personales sin un objetivo necesariamente premeditado.



Leí un texto tuyo donde hablabas sobre la idea de estimular la fantasía. Me recordó a un autor que dice que hoy en día estamos “asediados por fantasías”, en el sentido de que aspectos básicos de nuestra vida, como comprar cosas o socializar, se han vuelto etéreos y digitales. ¿Dirías que concibes tu arte como una vía de escape frente a este tipo de dinámicas y llevar la fantasía por otros lugares?

Sí, podría decirse que sí. También lo veo como un medio para crear tus propios símbolos, algo que creo que se está perdiendo. Hoy en día tenemos respuestas para todo, y el hecho de encontrar un objeto o un símbolo que me haga pensar en algo que quiero pensar —pero para lo que no he encontrado aún la vía— me resulta valioso. Al final, es como crear un pequeño mundo sobre el que proyectarte, que te devuelva preguntas, respuestas… Como un baile entre esos temas.

En uno de tus textos hablas de un hombre que hace ejercicio en un parque de manera casi mecánica, como ajeno a lo que está haciendo. En tu trabajo, ¿buscas situar a los espectadores frente a esa especie de alienación mecanizada en la que parece que vivimos inmersos hoy en día?

Sí, también me he fijado en que eso me interesa en muchas de mis obras que giran en torno al bucle. Me di cuenta de que el bucle aparece inconscientemente en mi trabajo, y eso me hizo preguntarme por qué y de dónde viene. Creo que vivimos en un bucle constante, ya sea con las redes sociales o con esa sensación de movimiento infinito pero estático. Y sí, creo que eso nos pasa en muchos aspectos cotidianos y dinámicas de pensamiento, y aún más ligado a los medios digitales, claro.

Las redes sociales te meten directamente en un bucle del que nos retroalimentamos. A nivel material y técnico, también creo que progresivamente nos arrastra hacia un arte más cercano a lo digital y generado y consumido a través de la pantalla. Ahora mismo eso no es algo que me interese. Supongo que mi respuesta a eso es aprender de ello e intentar avanzar hacia un impulso de acción más ‘espiralado’, no tan repetitivo y uniforme. El arte me resulta un medio esencial para facilitar este camino. Aunque sea hablando de ello a través del bucle. Ideas contrariadas, de nuevo, supongo, jajaja.

También creo que volver a lo material y experimentar con objetos que, a priori, no tienen nada que ver entre sí — como coger un plato, una base de sillón, una maceta, un trozo de metal — y ver qué pasa, también te permite salir un poco de la caja.


Respecto a tu interés por el bucle y la tendencia a lo infinito... ¿Cómo te acercaste a este tema en tu última exposición individual “Intenta imaginar una esquina si nunca viste una” en la galería Juan Silió?

Todo empezó observando a ese abuelo en el parque que giraba el hombro con esta máquina circular y giratoria, y a partir de ahí empecé a pensar en lo que significaba eso: un movimiento continuo, pero estático. De ahí pasé a la idea de la fuente y la cascada, dos opuestos que aparecen mucho en mi trabajo. Ambos son flujos de agua infinita, pero distintos: la cascada es expansiva, mientras que la fuente repite la misma agua en un ciclo constante. Sirve muy bien para explicar esa diferencia entre un círculo y una espiral: entre un movimiento repetitivo y uno expansivo.

A partir de ahí pensé en otros ejemplos con ese tipo de movimiento: una bailarina de caja de música —que de hecho, hice una—, el carrusel, el hula-hoop... También me inspiró la figura del Ouroboros, la serpiente que se muerde la cola, símbolo del infinito y la repetición. En otra obra, por ejemplo, usé un mecanismo de cuerda para crear un girasol, por esa idea de girar y ser girado. Luego surgen otras piezas menos relacionadas con el bucle, como un osito hecho con una huevera. Ahí la idea temática sirve como excusa para experimentar con el material que tengo a mano durante el proceso. En este caso, al estar trabajando con papel maché, contaba con muchas hueveras a mano, y al manipularlas apareció de repente en mis manos la imagen de este osito surgida de apenas un par de simples transformaciones a la huevera. Y supongo que de esas obras saldrán otras nuevas más adelante.


Trabajas habitualmente con materiales encontrados. ¿Cómo es ese proceso? ¿Algo te llama la atención en el momento de verlo o ya tienes una idea previa en la cabeza?

Un poco de las dos cosas. A veces voy por la calle y me encuentro cosas - soy bastante Diógenes - y las voy acumulando porque me parecen bonitas, aunque no sean nada en concreto. Pero hay algo en ellas que me llama la atención.

También voy mucho a los rastros; aquí, en la zona de Valencia, hay muchos y se encuentran verdaderas maravillas. A veces, cuando tengo una idea concreta, voy al rastro buscando algo específico. Por ejemplo, cuando quería hacer la bailarina, fui buscando una caja de música. Así que sí, depende: a veces encuentro los objetos por azar, y otras veces los busco para una idea que ya tengo en mente.


Conectando con el tema de la bailarina, en tu trabajo hay también una iconografía o un simbolismo que parece muy ligado a lo femenino. ¿Es algo que te atrae concretamente?

Sí, últimamente más. Creo que a partir de esta última exposición me di cuenta de que todo era súper rosa, y sin caer en clichés, noté un cambio. Continué con mis objetos “divertidos”, pero también introduje otros más sensibles, emocionales, íntimos o ‘femeninos’, por qué no. Supongo que está ligado a una etapa vital distinta. Son temas bastante generales, pero sí, hay algo de eso.

También creo que no se trata tanto del tema en sí, sino de los objetos que utilizo, que tienen una simbología femenina en sí mismos: el tapete, la mariposa… Son elementos que remiten al mundo cotidiano de las mujeres. En obras de hace algunos años veía más relación con la infancia, con la idea de construcción y de juego, y con una forma de ‘hacer’ sensible, conectada con la de una niña jugando en un mundo interno ingenuo. Creo que eso se mantiene, y quizá ahora aparece con una sensibilidad hacia elementos que recuerdan a estos aspectos, y que siempre me han interesado, pero que en estas últimas obras se vuelven más evidentes. También, a nivel matérico, es el acabado de la resina de poliéster que he usado frecuentemente en mis piezas lo que inevitablemente aporta ese tono rosado.


Siento que en tu obra hay un contraste entre cosas muy reconocibles —imágenes cotidianas que cualquiera puede identificar— y elementos muy íntimos, como tu propio pelo. ¿Te interesa esa dualidad?


Diría que lo más personal no está tanto en el material, sino en la pregunta que me hago. Ahí es donde más me desnudo, porque al final poner tus preguntas vitales sobre la mesa te obliga a quitarte filtros. Y en el arte también hay que perder la vergüenza para eso.

Sí considero que mi obra es muy personal y está muy ligada a mi momento vital. A nivel material, lo personal quizá está en el juego que hago con los objetos, en la sensibilidad para unir unas cosas con otras. Con lo del pelo, por ejemplo. En la performance que hice con la bola de pelo, creo que lo más personal no está en el hecho de usarlo, sino en la vivencia de llevar la bola de pelo de paseo. Recogí pelo mío, de amigos, incluso de peluquerías. Lo personal está en esa experiencia: tener una idea que no sabes de dónde viene ni a dónde va, y encontrarte contigo misma durante el proceso de llevarla a cabo.

Pasamos así EL tema... [Risas]. Tu performance “Es lo que es (una bola de pelo en este caso)”, en la que empujaste una bola de pelo gigante por varias zonas de España. Me intriga mucho todo el proceso de recolectar el pelo, cómo lo vivieron los espectadores y tú misma. Me parece una pieza increíble y muy emocional en cierto nivel.

Pues creo que es de lo más fuerte que he vivido. Desde luego me la ha cambiado mucho. [Más risas].

No sé ni por qué empezó todo exactamente. Ya había trabajado con pelo antes —hice un marco de pelo hace tiempo, y también lo del rizador de pelo—, así que creo que ahí abrí un poco la veda. Un día simplemente pensé: “voy a hacer una bola de pelo”. Imaginaba algo pequeño, pero al final acabó siendo mucho más grande. Quería llevarla a una peluquería del barrio para hacerle una foto, y a partir de ahí surgió la idea de llevarla a muchos sitios. Fuimos con ella a Benidorm, a la huerta de Valencia, a la playa, a Cantabria… Incluso al Rastro, que fue una experiencia bastante potente.

Fue muy interesante ver cómo cambiaban las reacciones según el lugar, e incluso cómo cambiaba yo misma al llevarla. En cada sitio me convertía en una persona distinta, y nada estaba planeado. Era algo muy natural: aparecía una bola de pelo y de pronto surgía la pregunta de quién eras tú con esa bola, cómo reaccionaba la gente ante ella. En la ciudad, por ejemplo, la gente no quería mirar. Les incomodaba porque no sabían cómo reaccionar —nadie se ha encontrado nunca una bola de pelo así—, y se generaba un montón de incomodidad. En Benidorm, en cambio, era más admiración; la gente está más acostumbrada a ver cosas fuera de contexto, así que se paraban, miraban, pero con menos sorpresa. En el Rastro fue mucho más cercano: había tantos objetos raros que la bola encajaba, y la gente se acercaba, quería tocarla. Hubo un vendedor que me comentó que llevaba toda la vida yendo allí y nunca había visto algo así. En ese momento supe que algo importante estaba ocurriendo. 


Entonces, ¿Tu objetivo era sorprender? ¿O qué querías conseguir con esta pieza?

Viéndolo después, creo que se trataba de crear algo que no existía, que es lo que muchas veces pasa en el arte: inventar algo imaginario que genera una experiencia nueva. Nadie había visto nunca una bola de pelo gigante. Quería provocar una reacción que no tuviera un precedente, algo nuevo.

También me interesaba alterar la rutina, transformar lo cotidiano en algo que te saque de lo cotidiano. El pelo es algo común, pero en ese formato, convertido en bola, se descontextualiza y se vuelve otra cosa para la que no tenemos un registro de reacción. Y sí, a nivel personal me interesa mucho la performance y el humor absurdo. Meterle una chispa divertida al arte, que no sea todo tan intenso. Esa experiencia de llevar la bola de paseo fue muy fuerte. Al terminar el recorrido en Benidorm sentí como si hubieran pasado cinco años por mí. Fue realmente intenso.

Y, ¿qué dirías que descubriste de ti misma con la bola?

Es que fue como si, de repente, no fuera ni yo. Con todo el tema de la performance conectas con partes de ti que no existen en otro lugar, igual que pasa en el teatro o la danza, en todo lo que tiene algo corporal. Me descubrí siendo otra persona con una bola de pelo. Y eso, es lo que es: una bola de pelo, sin más. Pero a la vez, mira todo lo que provoca. No tiene una ‘razón de ser’ clara, y justo ahí está lo interesante.


Algo que también me llama la atención es que muchas de tus piezas tienen un aspecto caduco, como si fueran del pasado o estuvieran en estado de descomposición. ¿Buscas esa estética específicamente?

Como te decía, me interesa mucho el objeto encontrado, descartado, cosas que en principio ya no sirven para crear otra. En ese sentido, sí me atrae también ese acabado “gastado”. No es que lo busque de forma consciente, porque al final es algo que ya me da el propio objeto.

También me encuentro reflejada en los colores que elijo de manera bastante instintiva. No pondría, por ejemplo, un azul eléctrico, porque no me vibra. Ocurre un poco casualmente. Es verdad que mi gusto estético a la hora de buscar un objeto ya marca una elección: elijo uno que me gusta desde el principio, porque al final eso también está vinculado a mi propia persona, a mis colores y a mi manera de ver. He probado a trabajar con colores más vivos, y todo va cambiando, claro, no es algo fijo. Pero siento que vibro más con esos tonos naturales, que me resultan más cercanos y me ayudan a transmitir mejor lo que quiero decir. Mi proceso es bastante intuitivo. Muchas veces surge de una atracción no racional: algo me llama la atención y a partir de ahí empiezo a trabajar. Luego, poco a poco, va surgiendo el proyecto.


En ese sentido, todo el tema del objeto encontrado y del aspecto caduco se ha relacionado muchas veces con la idea de memoria y de muerte. ¿Son temáticas que tienes en mente al crear?

No lo tengo presente de forma directa, pero sí que suelo trabajar con pares de opuestos. Siempre veo en mis obras esa relación entre dos contrarios y la búsqueda de un punto medio entre ellos, en el espectro. Eso también se aplica a la idea de vida y muerte: dar vida a un objeto muerto, o congelar en el tiempo algo vivo.

Por ejemplo, hice una obra que era como un “árbol de la vida”, con manzanas comidas colgadas de un árbol y cubiertas de resina de poliéster. Era una manera de congelar el momento, de transformar lo perecedero en algo permanente. Me interesa, de nuevo, ese diálogo entre opuestos.


Publicaste en Instagram una obra que parecía un dibujo infantil, con el título “Encontré un castillo y lo dibujé porque hacía mucho que no veía uno”. Con ese tipo de obras, ¿Pretendes traer algo de la ingenuidad de la infancia a tu obra?

Sí, diría que antes estaba más presente y ahora aparece de otras formas. Pero sí, me interesa esa ingenuidad para mirar, para jugar, para construir. Supongo que es algo bastante común entre artistas: esa conexión con el pasado, con encontrar tu yo más puro, tu yo más niño. Me interesa mucho buscar por ahí.

Quizás es una visión un poco idealizada, pero los niños, en general, no parecen estar tan metidos en ningún bucle como podemos estar los adultos. Tienen una existencia bastante automotivada. ¿Dirías que es una de las razones por las que te gusta explorar este imaginario?

Sí, la verdad es que ahora que lo dices, tiene bastante relación. Esa frescura de la infancia me atrae mucho. Ahora estamos muy “embuclados” en muchas cosas, en ideas que tienen que ser de una forma o de otra, en conceptos de bien y mal. Todos tenemos alguna restricción así en nuestra vida.

Intento volver a ese punto intermedio, ese in between del niño, a través de hacerme preguntas ingenuas, casi absurdas, sobre algo. Desde ahí se pueden construir cosas que no son ni lo uno ni lo otro, sino que habitan un gris intermedio. Creo que en ese gris está también la libertad de un niño, y que es donde me gusta moverme a mí.


También la naturaleza tiene algo de esa libertad incontrolable. ¿Te atrae por eso?

Creo que, tanto en la vida como en el arte, la naturaleza siempre ha sido una referencia y una fuente de inspiración. Me interesa esa coexistencia de opuestos sin necesidad de una respuesta, sin que simplemente “son”. Una cascada, por ejemplo, avanza sin saber de dónde viene ni a dónde va. Esa convivencia de muchos elementos, de fuerzas contrarias, me interesa mucho. A nivel estético también me atraen los acabados más orgánicos, las gamas de colores naturales. Siempre he encontrado placer en la naturaleza, en las formas no rectas, en lo fluido. Creo que de ahí saco mucho para mi obra.

Antes comentabas que también te gusta escribir. ¿Hay relación entre lo que escribes y tu práctica visual? ¿Concibes ambas como parte de una misma cosa?

Sí, También escribo mucho. Tengo un cuaderno donde apunto frases o preguntas que me vienen a la cabeza, a veces meses o años antes de que se conviertan en una obra. Muchas veces el punto de partida es una frase, una pregunta, una palabra, y eso me lleva a trabajar un objeto o una escultura. Creo que el interés por lo absurdo, el humor o por hacer las cosas “como no deberían hacerse” también está en la escritura. Me gusta jugar con el lenguaje, escribir de una forma un poco torcida, que no siga del todo las normas.

El texto y la parte visual están muy conectados. Muchas veces un objeto me sugiere una pregunta o un pensamiento, y eso termina convertido en texto. Por ejemplo, con la bailarina: la idea surgió de juntar dos objetos —una concha que se abre y una caja de música— de forma espontánea. Después relacioné esa idea con el concepto de movimiento y bucle. Al final, si te vinculas realmente con la obra, la cabeza y el ojo terminan yendo de la mano. Otras veces ocurre al revés: una frase o una idea pensada y escrita se transforma luego en una obra visual.


Has mencionado en varios textos tu fascinación por la cultura oriental, de su aprecio por la luz indirecta y los acabados irregulares. ¿Qué te inspira de esa referencia?

No tengo un discurso muy elaborado en relación a este tema en concreto, pero sí me interesa esa sensibilidad no occidental hacia la imperfección, hacia lo envejecido o lo irregular. En Occidente se busca mucho el acabado perfecto, brillante, de un blanco pulido. A mí, en cambio, me suele atraer lo contrario: las aristas suaves, lo desgastado, lo que muestra el paso del tiempo. Creo que surge un poco de un rechazo a esa perfección artificial. Tiene relación también con lo que decíamos antes sobre los colores, los objetos y los acabados. Siempre me ha atraído el objeto encontrado por eso, porque muestra un rastro, una historia, una huella. Me gusta mantener esa belleza, no borrarla.

En ese sentido, la grieta también puede asociarse con cierta vulnerabilidad, con la idea de la herida o de la imperfección. ¿Hay algo de eso en lo que trabajas?

Sí, creo que tiene que ver con encontrar tu propia forma de ver la belleza, tus propios códigos, sin quedarte con lo establecido. Ahora estoy trabajando con la piedra, y me interesa esa idea de si una piedra es más bella cuanto más pulida está, o cuanto menos. Porque cuanto menos lo está, más conserva el registro de toda la vida que ha pasado sobre ella. Es algo que pasa desapercibido hasta que la levantas del suelo y ves todas esas marcas.

En cambio, una piedra completamente pulida puede parecer más “bella”, pero deja de ser una piedra viva, con todo lo bueno y lo malo que la hace justamente bella. En general, todo este interés por lo descartado, lo que se considera sin valor, sigue muy presente.

Tratando de encontrar el objeto que mejor aúne el encuentro de lo bello en lo descartado creo que la piedra encarna muy bien esa búsqueda. También estoy aprovechando para probar nuevas técnicas en talleres más específicos y técnicos a los que no había tenido acceso en los últimos años, y de ahí surgió una serie de “lavaderos de piedra” y las formas absurdas de lavar una piedra, donde vuelvo al humor, pero con mucha poética detrás.


El tipo de arte que haces se escapa bastante de los circuitos comerciales, es muy poco vendible. ¿Te genera esto algún tipo de conflicto?

Me lo ha generado, y otras veces no. Es un poco un vaivén. A veces pienso: “Vale, honestamente esto es lo que me sale hacer”, y luego también, siendo realista, te das cuenta de cómo funciona generalmente el mundo del arte y te puede desanimar, claro. Honestidad y realismo, ahí van otros dos términos que se enfrentan de algún modo para la lista, jajaja.

Ha habido momentos en los que he intentado llevar algunas obras a un terreno más formal, más inorgánico, algo que durara más, pero muchas veces no me ha funcionado. Otras si, y otras simplemente me ha dado igual. La verdad, aún estoy en ese proceso de entender cómo situarme respecto a eso. Creo que tiene que ver con lo que decías: busco la belleza en lugares que no están validados socialmente, y eso también se traduce en el plano comercial. Son piezas que, por su propia naturaleza —lo efímero, lo perecedero, lo extraño—, no encajan fácilmente en el mercado. Una bola de pelo, por ejemplo, es difícil de imaginar en el salón de alguien, pero justamente ahí reside parte de su sentido.

Entonces, ¿dirías que el tipo de obra que haces también nace de una reacción crítica frente al mercado del arte, o surge de manera natural?

No diría que sea una reacción directa, pero sí está ligado a todo lo demás: a la idea de un arte más cercano, menos elitista. Me interesa que el valor no esté en si puede ser adquirido, sino en lo que provoca. Al final, muchas de mis piezas surgen de ideas o intuiciones, y son simplemente lo que son. Me encanta esa foto de la bola por eso: es lo que es. A veces tengo que recordármelo también en la vida, decirme “es lo que es, las cosas son como son, y está bien así”. Se ha convertido casi en un mantra.

Por último: ¿Un sueño o proyecto que te gustaría realizar próximamente?

Ahora mismo estoy bastante centrada en el trabajo con la piedra. Es algo reciente, pero lo estoy planeando para todo el año. Me interesa el reto de desarrollar un proyecto más elaborado, centrado en el simbolismo de un solo elemento, pero que a la vez hable de todo lo que he venido explorando: el tiempo, la fragilidad, el humor, la belleza de lo imperfecto. También me gustaría seguir con el proyecto de la bola y llevarlo a más lugares. Es algo que sigue abierto, aunque no haya nada concreto ahora mismo. Está siempre ahí, esperando a que vuelva a surgir su momento.

Imágenes 2, 4, 14,18 por Javier Lamela. Imagen 17 por Guillermo Beses. 

Entrevista por Victoria Álvarez Conde. 17.12.25