Entrevista a Víctor González (b.1996), vive y trabaja en Jerez de la Frontera, España.
Quedo con el pintor Víctor González en su estudio a las afueras de Jerez. Dentro, la habitación está llena de pinturas que son como portales: no tanto ventanas al exterior, sino umbrales hacia un espacio líquido, ondulante, mental. Víctor me recibe entre cuadros apilados y otros en proceso, cuadernos anotados y pequeñas esculturas que parecen notas al margen de los lienzos.
La pintura tiene algo profundamente sensual, me dice. (Y a menudo, aparentemente, más allá…) Sus obras, aunque geométricas, resultan difusas, acuáticas, perpetuas, en su aparentemente interminable despliegue. Le interesa la pintura que se piensa a sí misma, la metapintura, el espacio interno del cuadro como lugar vivo, alterable, que puede contener tanto una arquitectura imaginaria como un gesto impulsivo. “Pinto desde el subconsciente”, me dice. “Desde un lugar mental donde vuelco recuerdos, impresiones, paisajes…” Hablamos también sobre su residencia en la Fundación Antonio Gala, sobre su Erasmus en Italia, sobre la situación de los creadores en Andalucía, sus proyectos recientes y sus sueños de colaborar algún día con escenógrafos u otro tipo de artistas.
Al terminar, mientras conducimos por las carreteras que rodean su estudio, me sorprende lo mucho que el paisaje se parece a sus obras: sinuoso, limpio, cálido, ligeramente irreal. Su pintura es, de algún modo, el rastro de esos desplazamientos. Hay algo en ella de memoria táctil: colores que se sienten más que se ven, formas que se repiten como ecos. Su sensualidad nace en la materia, pero también en el ritmo con que cada obra se revela ante el espectador, sin imponerse, sin cerrarse.
Quedo con el pintor Víctor González en su estudio a las afueras de Jerez. Dentro, la habitación está llena de pinturas que son como portales: no tanto ventanas al exterior, sino umbrales hacia un espacio líquido, ondulante, mental. Víctor me recibe entre cuadros apilados y otros en proceso, cuadernos anotados y pequeñas esculturas que parecen notas al margen de los lienzos.
La pintura tiene algo profundamente sensual, me dice. (Y a menudo, aparentemente, más allá…) Sus obras, aunque geométricas, resultan difusas, acuáticas, perpetuas, en su aparentemente interminable despliegue. Le interesa la pintura que se piensa a sí misma, la metapintura, el espacio interno del cuadro como lugar vivo, alterable, que puede contener tanto una arquitectura imaginaria como un gesto impulsivo. “Pinto desde el subconsciente”, me dice. “Desde un lugar mental donde vuelco recuerdos, impresiones, paisajes…” Hablamos también sobre su residencia en la Fundación Antonio Gala, sobre su Erasmus en Italia, sobre la situación de los creadores en Andalucía, sus proyectos recientes y sus sueños de colaborar algún día con escenógrafos u otro tipo de artistas.
Al terminar, mientras conducimos por las carreteras que rodean su estudio, me sorprende lo mucho que el paisaje se parece a sus obras: sinuoso, limpio, cálido, ligeramente irreal. Su pintura es, de algún modo, el rastro de esos desplazamientos. Hay algo en ella de memoria táctil: colores que se sienten más que se ven, formas que se repiten como ecos. Su sensualidad nace en la materia, pero también en el ritmo con que cada obra se revela ante el espectador, sin imponerse, sin cerrarse.
Antes comentaste que fue a partir del Erasmus en Palermo que pasaste de la figuración al lenguaje pictórico que te caracteriza ahora. ¿Podrías contarnos cómo fue el proceso de llegar a tu estilo actual, más abstracto y geometrico?
Sí, antes mi trabajo era figurativo. Cuando empecé a pintar, solía apoyarme en una imagen de referencia. Tenía un imaginario al que recurría constantemente. En esa etapa trabajaba con acrílico sobre papel, casi como acuarelas, muy impulsivo. Iba dando saltos entre observar y pintar. Era como una transcripción directa, prá sin estructura, muy libre.
Pero con el tiempo esos saltos entre observar y pintar se fueron dilatando. Me fui dando cuenta de que lo más interesante, o con lo que más disfrutaba, ocurría precisamente en esos momentos en los que pintaba sin mirar la imagen. Comencé a trabajar construyendo arquitecturas o espacios, pero desde la memoria, empezando a tirar de recuerdos o estímulos menos precisos: un recorte, una sensación, un paisaje, un encuentro, un hecho… Algo menos representativo, más evocador. Ese fue el germen de la reconfiguración de un lenguaje que sigo explorando hoy.
Dices que pintas desde el subconsciente. ¿Cómo haces para detonar esas imágenes internas y acceder a tu imaginario personal?
Antes de comenzar una obra, hay un momento en el que pienso qué cuadro quiero hacer, qué identidad tendrá o qué quiero transmitir con él. A partir de esa idea o intención abstracta, empiezo a buscar la estructura que me permita comprenderlo.
En esa búsqueda aparecen referencias a la realidad, recuerdos o anotaciones; elementos que he ido guardando. Normalmente, parto con una idea clara de uno o varios elementos que quiero incluir en la composición. Unas coordenadas que son el eco de esa idea inicial.
A partir de aquí empieza un proceso más intuitivo, en el que atiendo a la propia composición para ver hacia dónde me lleva. Ese proceso ya parte de un material propio, adquirido, que muchas veces opera desde el subconsciente. Creo que este es el momento en el que realmente se activa todo ese imaginario interno. Cuando empiezo a profundizar en él.

Sí, eso creo. Volviendo al tema del subconsciente: al final, el lugar en el que vives, lo que ves, el conocimiento que adquieres, incluso cómo te relacionas y cómo te afecta la vida en general... Todo eso va forjando tu carácter. Ese, en definitiva, es tu material, tu barro, por así decirlo. Uno crea desde ahí. En mi caso, mi obra está muy abierta a escuchar todo eso. Es casi como abrir una puerta para que entre toda esa información y permitir que fluya a través de la pintura.
Además, creo que mi pintura genera estructuras o paisajes posibles a través del lenguaje pictórico. Son construcciones que apuntan más a sensaciones que a lugares concretos, pero que están inevitablemente impregnadas de mi contexto. Ahí entra todo: el paisaje natural, el urbano, las estructuras que me rodean… Incluso el diseño de un objeto cotidiano o ciertos cánones que están muy presentes en mi día a día. Todo eso forma parte de mi entorno más cercano y, de alguna manera, se filtra en lo que pinto.
Quería preguntarte si cuando vivías en Italia encontraste alguna conexión con la pintura italiana, y si eso te afectó o influyó de algún modo. Me refiero a esa tradición arquitectónica, el juego entre lo real y lo imaginario, al trampantojo…
Sí, desde luego. En cierta pintura italiana, la representación del espacio se construye de forma férrea, desde la arquitectura y la matemática. Me fascina esa pintura, la idea de tomar esos mismos códigos, y herramientas visuales tan reconocibles para generar espacios improbables. Espacios que, a primera vista parecieran plausibles… Pero que, poco a poco, el espectador fuera descifrando que en realidad no pueden serlo —apuntar directamente a la pintura como convención—. Por eso me interesaba tanto esa pintura italiana. Puedes reconocer una ventana, una puerta, la línea de fuga de un suelo... Pero lo que ocurre dentro de la pintura ya te lleva a otros lugares, más allá de la lógica representativa.
En esa etapa recurría mucho más a la geometría. Creo que mis composiciones eran más cerradas, más herméticas. Aunque eso sigue siendo una línea que me interesa. Ahora lo abordo de una forma más laxa. Me interesa explorar los códigos de representación de la pintura occidental, y dentro de eso entra la geometría, por supuesto, pero también muchos otros elementos.
Con el tiempo, he ido abriendo más cajones de ese “mueble” que es la pintura. En uno sigue estando esa investigación con un poso más geométrico; en otro, por ejemplo, aparece el interés por investigar en cuestiones más físicas de la pintura —la fluidez, el gesto, etc—. Otras, trato de generar encuentros entre formas que sugieren algo que se sitúa entre lo simbólico, lo natural y lo telúrico. Me interesa esa conexión con procesos que pueden ocurrir en el día a día. Son cosas muy sencillas, aparentemente, pero que pueden estar cargadas de simbolismo para generar diálogos: lo visible y lo invisible, lo racional y lo simbólico.
Al final, creo que todos estos caminos se van compactando en mi proceso. Ya no es solo una cosa o la otra, sino que a veces, conviven todas a la vez.

En varias de tus obras, y también en algunas referencias que mencionas, hay una presencia muy corporal, una especie de sensualidad. ¿Es algo que tú exploras conscientemente en tu pintura?
Para mí, la pintura tiene ya de por sí algo profundamente sensual debido al encuentro físico entre los materiales durante su proceso. En ese lenguaje visual, hay algo táctil —de superficie— que hace que el observador se relacione con la imagen desde otro lugar. El cómo este hecho tiene que ver con el temperamento, las pulsiones con el color, la velocidad, las superficies; creo que es algo en lo que lo humano está muy presente.
En mi caso, hay momentos donde la obra genera espacios que evocan, pero no definen. Me interesa ese limbo de significado. Pienso, por ejemplo, en Brancusi, en sus altares que no remiten a ningún rito concreto pero que están cargados de aura o en Georgia O’Keeffe, que con sus gestos parece hablar tanto de paisajes como de cuerpos.
Creo que me muevo ahí, en ese terreno: ofrezco coordenadas, pero nunca cierro el significado. El espectador recibe esas pistas y reconstruye desde ahí lo que ve. En el fondo, todos queremos encontrarle sentido a lo que observamos, atar cabos, pero creo que hay mucho valor en dejarse llevar, en observar sin querer nombrarlo todo.
Ese aire envolvente también se percibe en el color, que parece tener una carga emocional o expresiva muy fuerte en tu obra. ¿Lo concibes así?
No lo pienso demasiado. O más bien, no lo racionalizo. Es algo muy intuitivo. No planifico los colores ni les adjudico un simbolismo específico. Todo se decide sobre la marcha. Voy poniendo color, viendo cómo encaja, cómo se relaciona con lo demás; es una cuestión de prueba y error. Creo que tiene que ver con mi proceso. Ser consciente hacia donde debe ir la obra y el proceso en todo momento. Que haya algo de riesgo.
Conectando con esto, recuerdo que en otra entrevista mencionabas que también la música influye en tu proceso, por ejemplo la de Camarón o Kiko Veneno. ¿Puedes desarrollar esta idea?
Sí, escucho bastante música mientras trabajo. A Camarón, a Kiko Veneno y a muchos más.
Para responder a esto me voy a tomar bastante libertad… Pero creo que en el flamenco —en el buen flamenco— hay algo muy orgánico y natural en como se desarrolla, muy redondo. Detrás de muchas de esas obras hay una vivencia profunda, algo que ha cristalizado en forma y fondo. Quizás lo que me interesa es esa crudeza.
En el caso de Kiko, por ejemplo, me gusta cómo se relaciona con el proceso creativo, cómo lo acompaña. Tiene una escucha activa, acepta lo que va surgiendo y a la vez busca algo. Para mí, eso tiene todo que ver con cómo yo me enfrento a la pintura. No como un control absoluto, sino como un flujo que a veces me sorprende, y otras veces me cuestiona. Mi aspiración es que esa manera de hacer, esa forma de relacionarme con lo que hago, sea de verdad. Que tenga sentido para mí. Que me reconozca.
Es complicado, porque muchas veces ni siquiera tú mismo eres del todo consciente de lo que estás haciendo. Yo pinto así porque no sé hacerlo de otra forma. Es decir, encuentro el inicio de un lenguaje y desde ahí empiezo a trabajar. Mientras estoy metido en ese proceso, observo, me alejo, hago y deshago, pero estoy en el lodo, en el hacer. No estoy pensando todo el tiempo en qué sensación generará en el otro; simplemente trabajo desde donde se, sin verlo como algo extraordinario.
¿Cómo fue el proceso de pasar de la pintura al collage y de mezclarlos en tu exposición individual “Cabeza de Río” en la galería Vangar?
Eso tiene mucho que ver con cómo me organizo mientras trabajo. Cuando estoy pintando, necesito tener cerca un espacio de juego, algo más libre. Al principio lo llamaba “cuaderno de bitácora” porque funcionaba así: fijaba ideas que me iban viniendo mientras pintaba o incluso fuera del taller. Grapaba ahí recortes, dibujos, anotaciones... Era casi un mapa mental.
Cuando lo comparaba con la pintura que tenía al lado, veía que ese otro material tenía cualidades en las que me interesaba profundizar. Entonces, empecé a ordenar esas ideas y a formalizar ciertos elementos, sobre todo los más estructurales, como los recortes o dibujos. Fue una transición natural.
Lo interesante es que el collage me permitió hablar de la pintura desde fuera de la pintura. Me dio la oportunidad de usar otros materiales para tratar temas más formales y romper ciertas expectativas del que mira.
Lo que me hace pensar que tu trabajo se convierte en una especie de metarreflexión sobre la pintura misma, ¿No?
Creo que sí. Todo el tiempo hablo de pintura. Lo que me interesa es reafirmar el medio como un fin en sí mismo. Es solo a través de la pintura que se generan ciertas sensaciones o encuentros. A mí me interesa esa conexión entre la materia y la experiencia sensible del espectador.
También me interesa cómo esa ilusión que construimos frente a ella acaba revelándose como eso: una ilusión. Pasa mucho en la pintura barroca. Hay un juego con el espectador: se le ofrece una imagen que lo atrapa, lo conmueve, y de repente la ficción se revela. Creo que eso no resta fuerza, al contrario. Nos lo creemos, lo vivimos, lo sentimos, y al final eso es lo poderoso: que siendo solo pintura, puede generarnos todo eso.

Aquí entra también en juego el tema del formato. ¿Cómo proyectas los tamaños de tus obras, ya sean grandes o pequeñas?
Depende del cuadro que quiero pintar. No es algo que me preocupe en exceso, salvo que haya una premisa muy clara, ya sea externa o interna. Pero cada cuadro responde a su propia lógica. Por ejemplo, si quiero abrir un portal, no lo puedo hacer en 30 centímetros. Para eso necesito un formato más amplio.
Así que normalmente pienso primero en las coordenadas del cuadro y luego en su formato. Los formatos grandes los uso cuando quiero generar un espacio inmersivo, cuando hay un juego psicológico con la geometría o con la arquitectura. Los formatos pequeños se quedan en algo más íntimo.
Todo esto conecta con algo que ya habíamos comentado: tu pintura como una especie de escenografía. ¿Te interesa esa faceta?
Sí, me interesa muchísimo. Como espectador, me encanta el teatro. Me emociona todo el ritual que lo rodea: llegar, sentarte, esperar a que se levante el telón... Y que de pronto aparezca algo inesperado, un espacio que se vuelve creíble, que te cuenta una historia.
Me intriga mucho cómo se construye esa escenografía, cómo se reinterpreta en su narrativa. Creo que conecta directamente con mi trabajo en pintura, sobre todo por mi interés en construir espacios desde una lógica interna.
También creo que esta profesión te exige estar en búsqueda constante. Necesitas estímulos que te hagan crecer, que te emocionen. Ahí se abren espacios comunes entre lo pictórico y otros intereses más personales: la arquitectura, el muralismo... Nunca he hecho un mural en la calle, pero sí me interesaría explorar eso o incluso colaborar en un proyecto arquitectónico, una fachada, una casa... Me parece que todo eso alimentaría mi trabajo y me abriría nuevos caminos creativos.
Quiero preguntarte también por el título de tu exposición, Cabeza del Río, que sé que viene de del “Pequeño Vals Vienés” de Lorca. ¿Hay una relación entre tu trabajo y la literatura o la poesía?
Sí, totalmente. Confío en que cada lenguaje artístico tiene su autonomía. Es por eso, que buscaba un título que fuera casi un disparadero. Cabeza del Río, es una imagen muy potente, y a la vez imposible. No tiene forma clara, es casi un mecanismo. No puedes visualizarlo como tal, pero justo por eso activa muchas cosas.
Además, creo que esta imagen, conectaba con la manera de abordar mi proceso. Trabajo desde un flujo de pensamiento, con desdoblamientos, con imágenes que emergen dentro de un cauce. No construyo desde una idea fija, sino que sigo una corriente que tiene bifurcaciones, giros, intensidades. Hay algo muy líquido, muy abierto y cambiante en mi trabajo. Ese título creo que redondeaba esta sensación.
Al ver tus obras, no puedo evitar ver en ellas una especie de paisaje interior, incluso de autorretrato. ¿Tú cómo lo ves?
No sé si lo llamaría autorretrato, al menos no en el sentido clásico de la palabra. No hay una representación directa de mí. Pero sí hay un espacio muy mental, muy interno. Algunas obras son como encuentros, como fragmentos de pensamiento.
Hay algo muy psicológico en todo el proceso. Aunque no me “vea” en mis cuadros, sí me reconozco. Me reconozco en los tiempos de trabajo, en las decisiones que tomo, en la manera de respirar con la pintura. En ese sentido, sí que puede haber algo parecido a un retrato psicológico. Es un diálogo íntimo entre la materia y yo, entre la forma que va surgiendo y mi estado emocional, mi forma de estar en el mundo. Es un reflejo, aunque no sea literal.
Todo eso se vuelve muy significativo en el mundo en que vivimos, tan saturado de imágenes digitales. ¿Qué lugar crees que ocupa el pintor hoy? ¿Cómo te relacionas tú con ese exceso visual?
Bueno, con resignación (ríe). Forma parte del mundo en el que vivimos. Hay cosas buenas y otras que saturan muchísimo. La imagen está en todos lados, incluso donde no debería estar. A veces siento que necesito huir, mirar para otro lado. Intento no estar muy expuesto a las redes, no me interesa nada ese tipo de consumo tan frenético.
Creo que es precisamente en ese contexto donde la pintura cobra sentido. Porque propone otra cosa. Requiere tiempo, atención, concentración. Tiene una dimensión material que no se agota en la imagen, que responde a condiciones ambientales —la luz, al espacio, al tiempo—. Creo que eso no te lo da ninguna pantalla.
Crear —u observar una obra— exige otra velocidad. Creo que es un acto reivindicativo en sí mismo. Te posicionas a la contra de las economías de atención actuales. El hecho de pintar, de dedicarte a esto con honestidad, ya es una posición de resistencia política.

Eso me lleva a otro tema que hemos comentado bastante: la falta de recursos en Andalucía para los artistas y creadores. ¿Cómo ves tú esa situación?
Creo hay una falta clara de recursos y una mala gestión, aunque también reconozco que vivimos en un contexto muy competitivo. Al final, son muchas personas en esto y no todos pueden recibir apoyo al mismo tiempo, siempre habrá alguien que se quede fuera. Pero comparado con otras comunidades, en Andalucía no solo hay una carencia material, también percibo una falta de conciencia sobre lo que realmente se hace desde aquí.
Eso es duro. Se pierde la oportunidad de construir un tejido cultural. No hablo solo de apoyos individuales, sino de estructuras, de atención real al sector cultural como se atiende a cualquier otro. Aun así, seguimos aquí. Resistiendo. Haciendo. Porque hay algo que nos empuja a seguir, aunque sea en condiciones desiguales.
Hablábamos también esa especie de conversación entre generaciones de artistas que se da hoy en Andalucía. ¿Crees que eso te influye de alguna manera?
Sí, absolutamente. Al final, necesitamos intercambiar ideas, compartir dudas, reafirmarnos o cuestionarnos. Hay días en los que uno está más seguro, y otros en los que te sientes más frágil o más perdido. Ahí es donde entra el círculo de confianza: amigos y artistas que respetas, con los que puedes hablar desde un lugar de complicidad. Eso te da perspectiva.
Somos animales sociales. Los artistas, incluso si nuestra práctica es solitaria, necesitamos comunidad. Esa comunidad, en mi caso, está formada por artistas con los que me relaciono de forma muy horizontal, sin jerarquías. Hay algo muy bonito en cómo se han diluido las barreras generacionales, al menos en el contexto que yo vivo, más centrado en el occidente andaluz —en Sevilla, en Jerez—, donde siento que las conversaciones entre generaciones se dan de una manera muy natural, de tú a tú. Eso es muy valioso.

Me interesa también cómo te sientes respecto de vivir en Jerez, relativamente “fuera” del circuito, pero a la vez conectado con él. Es algo que quizá solo es posible hoy, en este mundo tan interconectado. ¿Cómo lo vives tú?
Lo vivo desde una especie de equilibrio, que creo que define bastante bien mi forma de ser. Por un lado, necesito tranquilidad y silencio para crear. Siempre he entendido el momento creativo como algo íntimo, introspectivo. Aunque he compartido estudios y espacios, la parte esencial del trabajo la hago en soledad, con calma. Mi carácter también me lleva a buscar eso.
Pero a la vez, necesito estímulos, ver qué se está haciendo, estar atento. No me interesa para nada vivir aislado. Por eso me imagino un proyecto futuro de una casa-estudio cerca del campo, en un lugar tranquilo, pero con la posibilidad de moverme cuando lo necesite. Poder viajar una o dos veces al mes a exposiciones, ferias, encuentros. Tener un pie en lo local y otro en lo global, por decirlo así.
Y sí, eso es algo que quizá en otro momento habría sido muy difícil. Pero hoy, gracias a internet, a la posibilidad de conectarte con personas y espacios desde cualquier lugar, eso se ha vuelto más accesible. Puedes estar en Jerez, trabajando en tu estudio, y al mismo tiempo estar en conversación con lo que pasa en Madrid, Berlín o Ciudad de México.
Por último, ¿Tienes algún otro sueño o proyecto que te gustaría desarrollar próximamente?
Sí, hay algo que últimamente me ronda bastante la cabeza: me encantaría hacer una escenografía. Es una idea que me entusiasma cada vez más. Creo que podría ser un campo de experimentación.
Claro que entiendo que habría una parte técnica, limitaciones espaciales o de materiales. No sería lo mismo que trabajar en mi estudio, en libertad total. Pero a veces esos límites también te ayudan a concretar, a enfocar. A veces viene bien que te pongan ciertos topes, porque si no, también corres el riesgo de dispersarte. Pero sí, es algo que me gustaría explorar.
Entrevista por Whataboutvic. 21.07.2025






